¿Que queda del Trenchtown Rock?
Estas navidades me regalaron la edición castellana de “Ver Trenchtown y Morir” de la referente francesa Hélène Lee, y que aquí se tradujo bastante apropiadamente a su contenido como “Trenchtown Reggae. En las calles de Bob Marley”. Justo ahora que acabo de estar allí, donde indefectiblemente todos mis caminos no conducían a Rema sino a Trenchtown, y cuando además se acaba de estrenar en DVD la elegía sobre Leonard Howell, “Le Premiere Rasta”, el fundador anarquista de la Comunidad del Pinnacle y por ende del movimiento rastafari en paralelo con la doctrina panafricana de Marcus Garvey.
Con Jamaica siempre me pasa. Es curioso cómo esa continua disputa entre el duppy y el obeah, entre lo legendario y lo real se confabula para enviarme señales. Llamadme supersticioso, pero no creo que haya otro lugar mejor en el mundo para volverse animista. Desde que Bragga decidió subirse a mi coche cuando visité Hope Road 56 en 1991 para buscar las viejas huellas de un pasado mejor y se despidió de mí diciéndome: “ahora ya has visto, ve y enseña a tus gentes, spread the holy vibe”, he sentido una fuerza permanente que me impulsa a cumplir su designio, aun no sé bien por qué. Sí, allí las señales de la naturaleza van y vienen con tal frecuencia que es imposible no escucharlas, incluso pese a la estridencia del omnipresente grito dancehall de la ciudad, encarnación permanente de Babylon, y tan distinto del olvidado livity del campo.
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