Lee Perry, Mad Professor & The Robotiks. Barcelona
Faltan pocas horas para que Augustus Pablo salga a escena y los comentarios se suceden.
– ¡Cómo va a sonar la melódica con Mad Professor a los controles!
– Y además acompañado de los Robotiks. El cielo de Bilbao va a estremecerse. Huele a Gloria Bendita.
Los presagios se cumplieron. La melódica del gran Augustus sonó nítida y el ingeniero y sus compinches musicales se lucieron como siempre.
Al enterarme de que Lee Perry volvía a visitarnos acompañado de tamañas Dub-instituciones, el recuerdo de aquella memorable velada despertó de nuevo en mi mente.
Lee Perry, a pesar de estar nominado a los Grammy a perpetuidad, está instalado en una penuria de ideas musicales alarmante que ya dura un montón de años.
La dirección desde el santuario de mezclas del “alma mater” de Ariwa podría haber sido el revulsivo necesario para resucitarlo cual ave fénix.
El Profesor le puso empeño, sabiduría y talento pero Perry volvió a naufragar.
Nunca ha sido un gran cantante y el paso de los años ha maltratado todavía más su voz. Se le notó envejecido, motivado pero cansado, con graves problemas de entonación, incapaz de llevar a buen puerto temas como “Happy Birthday”, “I’m A Mad Man” o “Curly Locks”, cuya versión hizo sonrojar al espíritu de su original.
Intentó animar a la concurrencia con una especie de Dub-Ska y con sendas versiones de Marley, “Crazy Baldheads” y “Exodus” pero no le salió bien. Atreverse con Bob en estas condiciones es más que temerario.
Y fue una lástima porque el colchón musical fue estupendo, muchísimo mejor que en pretéritas actuaciones. The Robotiks lo bordaron desde el comienzo. La primera parte del concierto que ejecutaron sin Mr. Scratch fue soberbia. Dub contundente, melódico, conciso, ejecutado con precisión milimétrica, con ese aroma inconfundible de la escuela británica que por desgracia no se escucha con demasiada frecuencia. Incluso se atrevieron a homenajear a Ernest Ranglin con una fastuosa versión de “Surfin’” que coronó su estupenda actuación. Una actuación que no hubiera sido la misma sin el virtuosismo de Mad Professor tocando los botoncitos de su mesa. Con un toquecito por aquí y otro por allá consiguió que la sala Apolo sonara como un auditorio de música sinfónica.
¿Qué pasaría si el señor Perry se olvidara de cantar un rato y se pusiera a tocar los botones con el Profesor? No lo sabemos a ciencia cierta pero podrían armar un lío de enormes dimensiones. Desgraciadamente no se dará el caso, Lee Perry está más por la labor de lucir su histrionismo habitual o sus raras vestimentas que dedicarse a idear nuevos y subyugantes sonidos. También es verdad que dada la enorme expectación que generan sus actuaciones no lo necesita. El público se vuelca con él nada más verlo, le idolatran como a un dios, disfrutan viendo como se queman barras de incienso encima de su imposible gorra, admiran su actitud extravagante, le gritan como si lo hicieran a un polluelo estilo Justin Bieber, le hacen reverencias, lo aman. Y Perry disfruta como un niño, se deja tocar y juega, se pone un gorro más imposible todavía y la gente grita. Soy una leyenda viva, piensa. En este caso razón no le falta.
Alguien que de esto del Reggae sabe mucho me comenta al finalizar el show: Pues que quieres que te diga, antes que a cualquier pelagatos de esos que corren por ahí, prefiero a Lee Perry.
Me toco la barbilla, reflexiono y contesto: “Touché”.
Texto: Barracuda
Fotos: Laia Buira